Director: Juan Carlos Melian Naranjo. contacto: teldehabla@gmail.com

viernes, 13 de octubre de 2017

La obsesión, cómplice de los destrozos estéticos


Crónica de tres casos en los que los pacientes se jugaron la vida
Hace varias semanas, en una de esas noches en las que se para el reloj e intentas engañar a la madrugada, me dediqué a bucear en la red. Hacía tiempo que no jugaba a noveleriar así que me paseé por páginas raras, curiosas. 
En eso estaba cuando cambié de dirección y con desgana entré en la plataforma (HBO) y como siempre fui a parar al apartado de documentales, es decir, la vida misma. La imagen de una portada atrajo mi atención y el título ya me situó en el epicentro del bisturí loco. “Es lo que buscaba”, me dije. Un trabajo de investigación periodística. Se trataba de una mini serie americana basada en la experiencia de tres casos quirúrgicos -“Desastres Estéticos”, creo- en el que dos mujeres y un hombre de edades comprendidas entre los 40 y los 60 años contaban por separados hasta dónde puede llegar la obsesión por corregir con la cirugía defectos físicos que en ocasiones solo ven ellos. Imperceptibles. Se juegan la vida si hace falta y se ponen en manos de los primeros que ven en una publicidad engañosa. No se molestan en saber titulación, ni capacidades. Solo les importa la envoltura de sus mentiras y el precio, aunque tampoco tanto.
Eran tres. Una liposucción, una operación para mejorar el aspecto del cuello y eliminar las arrugas y el tercero, el único varón, su inocente intención de corregir y eliminar una pequeña verruga en la punta de la nariz. Ese era el cuadro, los mimbres para el cesto de la basura donde fueron a parar los tres. Cuando ves estos trabajos periodísticos esperas que la hecatombe no tarde en aparecer.  La dirección del documental supo dosificar el temor del espectador alargando ese momento sin mostrar mucha miseria. Con cuidado y paciencia, supongo que con dinero y tiempo también, de lo contrario es imposible desplazar a un equipo durante meses a realizar un seguimiento tan largo, lograron su objetivo.
La cosa es que lo primero que aparece en la pantalla es una mujer americana de cuerpo rotundo, grande, fuerte, rubia y feliz junto a su marido. Allí estaban ellos contando en una bolera del pueblo que estaban a punto de jubilarse y que la ilusión de ambos era disfrutar de su finca y recorrer los estados que no conocían. Habían trabajado mucho y ahora tocaba descansar pero eso de que el hombre propone y Dios dispone comenzó a asomar la patita. La mujer era diabética y rechazaba la grasa que se acumulaba en su barriga, de ninguna manera excesiva, pero para ella era un problema. Estaba obsesionaba.
Un día estaba viendo tv cuando reparó en un anuncio que mostraba chicas altas y delgadas que según una voz en off de la mano de un cirujano o sucedáneo de cirujano, habían quedado así de esculturales. Delgadas, altas, melenas y juegos en la playa. Imagen idílica. A la señora le impresionó aquella publicidad y esa fue su perdición.
Contaba la mujer que era diabética y que durante años los médicos le aconsejaron ejercicios para que desaparecieran esos kilos en el abdomen. Pero no había manera. La solución, entendió ella, estaba en el cirujano de los milagros, el de la tv. Los ejercicios no causaban el efecto esperado.
Como se imaginan acudió inmediatamente a la clínica y allí le dijeron que ni la diabetes ni otras alteraciones de su salud, entre ellas una inestable tensión arterial, sería problema alguno para someterse a una cirugía. Le dieron precio, le prometieron un éxito y sin una mínima prueba analítica la metieron en quirófano.  Estaba encantada. “¿Por una liposucción?, nada, usted no tendrá que pedir la baja laboral porque a los dos días estará en casa”. Error de cálculo. Cuando la mujer despertó se encontró muy mal, con dolores importantes que los sanitarios lo solucionaban con calmantes, pero sin conocer al origen del problema. Pasaban los días y la señora no levantaba cabeza; aun así le dieron el alta pero al día siguiente la familia, al ver su estado, la trajo de nuevo a la clínica. “No, acuda usted a su médico de cabecera”, le dijeron.  Ante esa respuesta su esposo tuvo la feliz idea de consultar con otro cirujano.
Fue ahí cuando supieron que el cirujano que la había operado en la clínica (que no lo era, era médico general) perforó el estómago lo que llegó a comprometer su vida de tal manera que los dedos de un pie acabaron necrosados y tuvieron que amputar primero los dedos de un pie, más adelante una pierna y más tarde la otra. Un reportaje impresionante que debían ver todas y todos los que se ponen en manos de quienes son unos delincuentes con el bisturí y expertos en el engaño.
Ya era tarde cuando el abogado que contrataron se enteró que esa cadena de clínicas estéticas no tenía ni medios ni el personal adecuado. Iniciaron un largo proceso judicial y solo por la tenacidad de la enferma. Recibieron una indemnización aunque la clínica nunca asumió responsabilidades de mala práctica médica sin embargo cuando el caso salió en los medios y el desprestigio de la marca era el que merecían los directivos, cerraron los centros y los abrieron en otro estado. La señora no ha dejado de batallar, de aparecer en todos los medios que se lo permiten. En ellos cuenta todos los detalles de su drama. Las cámaras acceden a su casa y que se mueve en silla de ruedas que maneja gracias a sus manos.
El otro caso, la mujer coqueta que presenta el documental es tremendo porque para corregir unas arrugas de su cuello acabó con la cara descolgada, sin poner tragar y absolutamente devastada. Quien había sido su compañero sentimental explicó que ella siempre fue exigente con su cuerpo, coqueta y feliz, pero tal vez su obsesión le llevó a ponerse en las peores manos. Creo recordar que se sometió a unas 20 intervenciones posteriores a la que le causó el desastre original. Se convirtió en un problema para los médicos de tal manera que los especialistas eran reacios a entrar en un problema quirúrgico que otros habían causado y, también, porque, le dijo uno, “las posibilidades de mejorar son escasas”. Frente a esa afirmación la paciente decidió hacer un video casero para asimismo pasearlo por las televisiones. Lo hizo sola, mostrando su trágico estado físico. Sólo hizo un ruego al médico: “Cuando me muera quiero que usted investigue en mi autopsia para saber dónde comenzó el final de mi vida”. La mujer tenía 47 años pero aparentaba 80. Un despojo humano.
El tercer protagonista del documental es un hombre. Entre 45/50 años, de aspecto moderno, media melena, mirada franca y en general con buena planta, alto, delgado, pero fibroso. Aparentemente un hombre feliz, esa es la percepción que recibes al verlo. Pero ya sabemos que la mentira se pasea por el cuerpo como Pedro por su casa. Lo cierto es que este señor comenzó a obsesionarse con una especia de promontorio, no llegaba ni a verruga, que tenía en la nariz, a la altura de orificio izquierdo. No le gustaba, pensaba que le afeaba, no estaba a gusto. Contó que esa verruguita de nada crecía y crecía, seguramente él la vería enorme dado que una de las características de la obsesión es esa, creer qué lo qué te roe, una verruga, es otra cosa y nunca buena. En ese cuadro de obsesión se retocó la nariz con frecuencia, se miraba al espejo y aunque su mujer le decía que no le diera importancia él le dio importancia y dinero. La primera consulta médica que, evidentemente fue un bálsamo. “Nada, eso lo arreglamos por aquí y por allá. Aquí ponemos una especie de piel artificial, y nada. Queda estupendo”. Error, error, error. En ese proceso escuchó decenas de veces “lo arreglamos”. Su mujer, joven, guapa y sensata, no entendía la pendiente que había elegido su marido, la lucha encarnizada contra una verruga que ella veía como empeoraba en cada post operatorio y no entendía la importancia que él le deba. Por otro lado, los dolores de cada intervención, cada vez más arriesgadas y con el fracaso como punto de partida, eran importantes por lo que todo era inexplicable.  En el documental hay una escena que es sintomática de la obsesión de la que hablo. Un día su mujer lo trae a casa una vez que lo operan de nuevo, en esta ocasión con una nariz ya muy deformada, incapaz de aguantar una manipulación más. Los dolores que durante el trayecto sufría el paciente se veían reflejados en la cara de la mujer que de reojo miraba el sillón trasero y se lo encontraba recostado, tapándose la cara con toalla, loco de dolor. “Nada me calma”, musitaba. Mientras ella apretaba el acelerador un mundo de ruidos, frenazos, gritos, lunes, música, y claxons, lo empeora todo. Creo que fue en ese post operatorio en el que se produce una reflexión en voz alta que incluso sorprende al paciente. El dolor, el resultado quirúrgico, la sangría económica y la angustia con la que vive la familia su maridaje con el quirófano le animan a preguntarse en la soledad de su habitación. “¿Era para tanto?, ¿estaba mejor antes?”, sin embargo la obsesión, a veces la imposibilidad de asumir una derrota, así debía vivirlo, le quitó de la cabeza la sensatez de poner freno. No pudo.
Bueno, sí que pudo. Pudo cuando los cirujanos apenas no tenían hueco para colocar un material que diera forma a su nariz escasa. Antes de la rendición la cámara muestra como un bisturí ataca una de sus orejas y de la parte trasera extrae una lámina de carne y piel destinada a rellenar lo quedaba de aquella nariz.

fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/

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